martes, 29 de abril de 2008

Porque la vida (sin Ronald) puede ser maravillosa


La tarde de domingo era soleada. Domingo de fiesta en Valencia, casi fallero por el ambiente que se podía palpar en los alrededores de Mestalla. Desde las once se preparaba, entre la expectación general, una gigantesca paella de la que más de 1.000 seguidores pudieron comer a mediodía. La gente sonreía, animaba, cantaba, ataviados todos con bufandas, gorros, pelucas y camisetas naranjas. El día era perfecto. Y a las siete de la tarde la jornada concluyó de la mejor forma posible: ganando a Osasuna, y ganando bien.

Hace siete días, el clima era diametralmente opuesto. Negros nubarrones se cernían sobre una afición, la valencianista, harta de todo. Harta de sufrir, de ser humillada por equipos de medio pelo como el Bilbao. La explicación a este cambio radical es bien sencilla, tanto que se puede resumir en un nombre: Ronald Koeman. Con él se han ido los problemas, el mal rollo, la apatía del equipo y los partiditos de "fut-voley". Y con la llegada de aires renovados al banquillo che, con Voro como principal cabeza visible, han regresado cosas que creíamos perdidas. La jugadas de estrategia. El apoyo incondicional de la afición. Los tres apartados, dos de los cuales (Cañete y Angulo) fueron ovacionados por Mestalla.

No puedo expresar la felicidad que me embarga de saber que se ha hecho justicia. Porque era de cajón: mantener a Koeman con el balance liguero del holandés era cosa de locos. Y me llena de tranquilidad ver a mis amigos valencianistas respirar aliviados sin tener el aliento del descenso en el cogote. Desde el primer día sostuve que Koeman era una bacalá infame. Un técnico con mucho nombre, pero con poca "chicha" a nivel táctico y psicológico. Incapaz de motivar al vestuario, su papel de "sargento de hierro" le salió "rana" y consiguió fraccionar a un vestuario que ya de por sí no era el más fraternal de Primera. Ahora, sin el ogro en el banquillo, los jugadores no se sienten oprimidos. Y, aunque el partido no fue para tirar cohetes... volvieron a jugar al fútbol como saben. Como en la final de la Copa.

No podemos valorar un partido que, todo sea dicho, el amigo Ontanaya nos regaló al señalar ese penalti sobre Villa y expulsar a Ricardo. Pero, en la segunda mitad, cuando Osasuna apretaba pero no ahogaba, volvimos a ver al Valencia de siempre. El de toda la vida. Jugada a balón parado, y gol. Contraataque, y gol. Tres a cero. Y todo el mundo contento (claro, menos los pamploneses). Falta ganar un partidito de los cuatro que quedan. La vida vuelve a ser maravillosa. Y que dure.

1 comentario:

www.checheche.net dijo...

Y sin otros tantos más sería la releche :P:P:P

Little