martes, 15 de abril de 2008

Papá, ¿por qué somos del Valencia?


Salía el pasado sábado de Mestalla con la cabeza gacha, rumiando, pensando en lo que acababa de ver. A la salida, me topé con apenas cinco o seis aficionados que esperaban en la puerta por la que salen los jugadores del Valencia Clúb de Fútbol. Entre ellos pude ver a un padre cogiendo a su hijo de la mano: un chaval de apenas ocho o nueve años, que aguardaba impaciente con un bloc en su mano la salida de los jugadores, de sus ídolos, de sus héroes.

El niño seguro que había presenciado el choque en directo, pero no daba importancia al juego del equipo. A esas edades, la mística del fútbol consigue ocultar todo lo demás: el mal juego, los resultados negativos, el cabreo de la afición... Eso es lo que los aficionados tienen que soportar cada quince días en Mestalla. El sábado, ante el Rácing, el Valencia de Koeman volvió a decepcionar. Volvió a perder. Volvió una imagen lamentable, pese a la mala suerte de disparar al palo en dos ocasiones. Son ya sólamente 18 los puntos obtenidos de 63 disputados. Este equipo ya no gana ni haciendo trampas.

La paciencia del aficionado, no obstante, merece un especial reconocimiento. Las peñas habían acordado con los capitanes apoyar al equipo durante los noventa minutos. Y cumplieron su promesa: dieron aliento, se entregaron y se vinieron arriba con una fuerza inusitada tras el empate de Villa. Luego, el 1-2 de Tchité enmudeció por enésima vez a unas gradas que antaño no callaban nunca. El público esperó al minuto noventa, como había prometido. Y, en el tiempo de alargue, sacó los panuelos a pasear. Otra vez.

El niño de ocho años no vería nada de esto. Pero, ¿qué le diría a su padre el adolescente de 14 o 15 años que tuvo que soportar semejante disparate? El eslogan del Atlético de Madrid hace un par de años da la respuesta: "Papá, ¿por qué somos del Atleti?" Los aficionadas están padeciendo un calvario impropio de un club tan grande como el Valencia. Y en el epicentro del terremoto, un caradura de nombre Ronald y apellido Koeman que se resiste a dimitir. Que se aferra a su contrato como último recurso, y que pone por encima la "pasta" y su indemnización millonaria (¿quién fue el genio que le blindó el contrato en el mes de diciembre?) al bienestar de la plantilla y del club. Un tío cuyas "desiciones" no tienen ni pies ni cabeza, y que poco a poco se está "cepillando" a una plantilla que comenzaba el año con aspiraciones enormes y que ahora está al borde del descenso.

Faltan poco más de 24 horas para que el Valencia salve la temporada tras ganar la final de la Copa del Rey, o bien para que Koeman vaya "per l'aire". Porque no tendría sentido alguno mantener al holandés al frente del equipo si "palmamos" en el Calderón. Pueden entrenar Bakero, Pellegrino, Óscar Fernández o ese extraño elemento llamado Tony Bruins-Slot... pero hay que alejar a Koeman del banquillo a toda costa. Los jugadores no creen en él, la afición no le "traga" y los resultados son paupérrimos. Morera, ¿a qué esperas? O, mejor dicho: señor Soler, ¿a qué narices esperas? ¿A bajar a Segunda?

3 comentarios:

www.checheche.net dijo...

Esta reflexión de PGP sólo tiene una respuesta: aunque de pequeños fueramos bobos e inconscientes, ahora nos hemos dado cuenta de que nuestra elección futbolística fue la acertada: ¡porque nos lo pasamos de puta madre con el VCF! (menos cuando hay partido, es clar).

V Molins

El Dimoni dijo...

Acertadísimo tu artículo, Paco. Ojalá todas las estupideces fueran como ésta. Te felicito.

Paco Garcia Polit dijo...

@VMolins: Creeme, yo me hago a veces una pregunta similar, pero con el Levante como motivo de mis decepciones futboleras. Pero fue curioso ver el sáado como, hasta en los días más negros, los niños conservan esa ilusión por el fútbol. Luego crecen, se meten a periodista, se desencantan y "rajan" hasta cansase en sus blogs personales ;)

@Mestalleta: Gracies, home. A vore si dema guanyem!